UN NUEVO DIOS APOCALÍPTICO: EL DINERO
Últimamente mis más allegados dicen que mi carácter es pesimista y que poca
esperanza tengo en la sociedad y en el hombre. Lo siento, lo siento más que
ellos, desde lo más profundo de mi corazón, pero es que creo
que hemos perdido totalmente el norte y los valores humanísticos que estaban en
nuestros genes occidentales. Por eso, quizás sólo por eso, me duele
profundamente Grecia, incluso más que España, Inglaterra o cualquier otra
nación que, alejadas de las conquistas culturales, se han caracterizado por su mayor o menor furia
militar y económica. Seguir los dictados de Alemania es caminar hacia el abismo
de lo cartesianamente matemático, de la voluntad ,nacida en los albores del nazismo más radical y
destructivo, pero también más ignorante y limitado, de someter a otros pueblos y civilizaciones,
No
sólo es eso lo que me duele y me hace ser pesimista, hay una causa más profunda
y terriblemente devastadora: la religión del Dinero, el intento de convertir en
Dios Supremo del Olimpo europeo y mundial a lo más manoseado, material e
insignificante: el dinero, ese vil metal que, como cualquier religión, mata,
destruye y aniquila en nombre de alguien superior que, en definitiva, no es más
que un invento humano, creado, ex profeso,
para satisfacer las limitaciones y las inseguridades inherentes al ser humano.
El hombre ha dejado que sus virtudes, su sabiduría y su recto proceder, pilares
básicos de su bondad, cedan ante el impulso cegador de sus perversidades y de
sus, más o menos, interesados propósitos. Esas terribles sombras han despertado
el instinto depredador de dominar, conquistar y esclavizar lo que nos rodea y
de someterlo todo al precio, al intercambio y al valor monetario.
Frente
a la situación actual sólo cabe un recurso viable que sigue el dictado de los
antiguos: huir del mundanal ruido y buscar
la a)taraxi/a, la imperturbabilidad total y absoluta,
abstrayéndose de lo mundano para encontrar el jardín de las delicias de nuestro
mundo interior. Si toda religión tiene una casta sacerdotal y jerárquica
dogmática, intransigente y castradora, la nueva creencia monetaria ha
engendrado un deleznable estamento: los economistas, augures y profetas
del pasado que, en modo alguno, pueden adivinar
el futuro. De nuevo, como siempre, la sociedad ha incurrido en u(/brij, en la soberbia, que castigaban los dioses, unos
dioses que, por las características especiales de la religiosidad griega, eran,
parafraseando a Nietzsche, humanos, demasiado humanos.
Los
conceptos de rentabilidad y producción se han extendido a los valores y
comportamientos humanos. El carácter humanístico, educativo y formativo del
hombre, en modo alguno, puede ser rentable porque, simple y llanamente, esos
perversos sustantivos no son más que el intento de esclavizar la inteligencia
humana para convertirla en mediocridad y, por tanto, en masa borreguil
manejable y gobernada por los delirios de unos enfermos mentales que construyen
castillos de arena mientras nos arrebatan la esencia de humanidad que, en
definitiva, no es más que la paideia griega,
la formación integral del individuo y la única capaz de crear ciudadanos y no
súbditos y creyentes de una religión que pretende devolvernos a las ideas de
Hobbes y a la creencia de que somos unos lobos hambrientos.
Si todos nuestros avances nos han
arrastrado hasta aquí, sólo cabe albergar la esperanza de que el fuego
purificador, la ectopirosis, borre
nuestros desvaríos y, a través de sus crueles llamas, nos conduzca a la
solidaridad, a la justicia, a la igualdad, en definitiva, al humus nutricio que hunde sus raíces en
el concepto ciceroniano de la humanitas
porque, y eso está claro, esta nueva religión pretender cercenar y anatemizar
la inteligencia para sublimar la debilidad y fomentar la mediocridad.
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