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martes, 19 de junio de 2012

UN NUEVO DIOS APOCALÍPTICO: EL DINERO


Últimamente mis más allegados  dicen que mi carácter es pesimista y que poca esperanza tengo en la sociedad y en el hombre. Lo siento, lo siento más que ellos, desde lo más profundo de mi corazón, pero es que creo que hemos perdido totalmente el norte y los valores humanísticos que estaban en nuestros genes occidentales. Por eso, quizás sólo por eso, me duele profundamente Grecia, incluso más que España, Inglaterra o cualquier otra nación que, alejadas de las conquistas culturales, se han  caracterizado por su mayor o menor furia militar y económica. Seguir los dictados de Alemania es caminar hacia el abismo de lo cartesianamente matemático, de la voluntad ,nacida  en los albores del nazismo más radical y destructivo, pero también más ignorante y limitado,  de someter a otros pueblos y civilizaciones,
            No sólo es eso lo que me duele y me hace ser pesimista, hay una causa más profunda y terriblemente devastadora: la religión del Dinero, el intento de convertir en Dios Supremo del Olimpo europeo y mundial a lo más manoseado, material e insignificante: el dinero, ese vil metal que, como cualquier religión, mata, destruye y aniquila en nombre de alguien superior que, en definitiva, no es más que un invento humano, creado, ex profeso, para satisfacer las limitaciones y las inseguridades inherentes al ser humano. El hombre ha dejado que sus virtudes, su sabiduría y su recto proceder, pilares básicos de su bondad, cedan ante el impulso cegador de sus perversidades y de sus, más o menos, interesados propósitos. Esas terribles sombras han despertado el instinto depredador de dominar, conquistar y esclavizar lo que nos rodea y de someterlo todo al precio, al intercambio y al valor monetario.                        
            Frente a la situación actual sólo cabe un recurso viable que sigue el dictado de los antiguos: huir del mundanal ruido y buscar  la a)taraxi/a, la imperturbabilidad total y absoluta, abstrayéndose de lo mundano para encontrar el jardín de las delicias de nuestro mundo interior. Si toda religión tiene una casta sacerdotal y jerárquica dogmática, intransigente y castradora, la nueva creencia monetaria ha engendrado un deleznable estamento: los economistas, augures y profetas del pasado que, en modo alguno, pueden adivinar  el futuro. De nuevo, como siempre, la sociedad ha incurrido en u(/brij, en la soberbia, que castigaban los dioses, unos dioses que, por las características especiales de la religiosidad griega, eran, parafraseando a Nietzsche, humanos, demasiado humanos. 
            Los conceptos de rentabilidad y producción se han extendido a los valores y comportamientos humanos. El carácter humanístico, educativo y formativo del hombre, en modo alguno, puede ser rentable porque, simple y llanamente, esos perversos sustantivos no son más que el intento de esclavizar la inteligencia humana para convertirla en mediocridad y, por tanto, en masa borreguil manejable y gobernada por los delirios de unos enfermos mentales que construyen castillos de arena mientras nos arrebatan la esencia de humanidad que, en definitiva, no es más que la paideia griega, la formación integral del individuo y la única capaz de crear ciudadanos y no súbditos y creyentes de una religión que pretende devolvernos a las ideas de Hobbes y a la creencia de que somos unos lobos hambrientos.
            Si todos nuestros avances nos han arrastrado hasta aquí, sólo cabe albergar la esperanza de que el fuego purificador, la ectopirosis, borre nuestros desvaríos y, a través de sus crueles llamas, nos conduzca a la solidaridad, a la justicia, a la igualdad, en definitiva, al humus nutricio que hunde sus raíces en el concepto ciceroniano de la humanitas porque, y eso está claro, esta nueva religión pretender cercenar y anatemizar la inteligencia para sublimar la  debilidad y fomentar la mediocridad.

lunes, 21 de febrero de 2011

La Odisea de la vida: Ítaca de Kavafis


La vida es un camino que, como todos, tiene, inevitablemente, un final que es la muerte. Desde la Antigüedad ya se sabía que la vida era breve (Vita brevis est, como decía el cordobés Séneca) y que, por ello, había que disfrutar cada momento como si fuera el último, cultivándolo y seleccionándolo, de ahí, por ejemplo, el carpe diem horaciano que influirá en toda la Literatura Universal, por ejemplo en Ronsard, en el soneto XXIII de Garcilaso de la Vega y en muchísimos más autores.
Kavafis
            Muchas veces nuestra vida, o algunos capítulos de ella, se convierten en una auténtica odisea, es decir, en un largo viaje en el que se suceden, entremezclándose, aventuras adversas y favorables, al igual que la vuelta a Ítaca del pobre Odiseo, cantada por Homero, en el que sufrió innumerables percances, a lo largo de diez años, hasta que logró, de nuevo, abrazar a su dulce y fiel Penélope y a su amado hijo Telémaco.
            Debemos intentar que nuestra vuelta a Ítaca, que nuestra vida, sea larga y fructífera, a pesar de los sinsabores que nos encontraremos en innumerables ocasiones. Muchos de esos obstáculos estarán en nuestro interior porque el miedo, la duda o la inseguridad nos impedirán, algunas veces, alcanzar nuestro objetivo. Esos miedo no son sino los lestrigones y los cíclopes a los que se tuvo que enfrentar el ingenioso Odiseo. Como él tenemos a nuestra disposición solamente nuestra sabiduría, nuestro ingenio y los múltiples recursos culturales que se han ido sedimentando en nuestro interior con el paso de los años. Por todo ello, quiero que hoy leamos el poema Ítaca del escritor griego Constantino Kavafis.
            Espero que os guste y, como el poeta latino,  os invito a aprovechar y cultivar cada instante de vuestra vida como si fuera el último. Salud.
Ítaca de Constantino Kavafis
Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Posidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.
Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Posidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas.
Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
y comprar unas bellas mercancías:
madreperlas, coral, ébano, y ámbar,
y perfumes placenteros de mil clases.
Acude a muchas ciudades del Egipto
para aprender, y aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.
No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ellas, jamás habrías partido;
mas no tiene otra cosa que ofrecerte.
Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.


jueves, 17 de febrero de 2011

Un paso más: buscar en vuestro interior la lucidez

He visto los comentarios que habéis dejado escritos. Os felicito por ello. Habéis pensando y habéis dado vuestra opinión, pero ahora os pido algo más, un esfuerzo que os costará afrontar y que os será difícil de expresar en palabras: ¿Realmente es tan importante el latín y el griego?, ¿realmente eso os ayuda a ser mejores o a comprender el entorno que os rodea?
He estado pensando que quizás el inocular en los alumnos el "dolor de la lucidez" como propugna Fernando Robles (Federico Luppi) en la película Lugares comunes de Aristaráin, lejos de ser algo positivo e importante, puede convertirse en perjudicial. ¿Por qué?, podréis preguntaros, pues porque el saber, conocer, y aprehender (que no aprender) el concepto de lucidez puede llevar a la persona a ser inmensamente infeliz, a vagar por el mundo incomprendido y a ser visto como alguien raro (un friqui, como hoy día se dice).
La lucidez es, como dice Fernando Robles en la película, un don y un castigo, un juego de opuestos que, por otra parte, como podéis saber, define a la vida: el triunfo y la derrota, lo dulce y lo amargo, la vida y la muerte.
Pensad sobre si es positivo la lucidez y si esa posibilidad os hará mejores y, por ende, más cultos, o sólo os mostrará las miserias del hombre, sus miedos y sus limitaciones. Os dejo un video de la película en la que se habla de la lucidez y se nos da su etimología.
En vosotros está el saber si con ella veremos el Sol y, por tanto, alcanzaremos la Idea de Bien platónica o si, por el contrario, es mejor seguir en la cueva con nuestra cómoda e imperfecta vida.  

martes, 15 de febrero de 2011

Para empezar: Carta a María de Arturo Pérez Reverte

Salve cari alumni:
Para empezar a caminar he creido conveniente que os paréis a reflexionar un ratillo sobre el motivo por el que habéis cogido como asignaturas el Latín y el Griego. Es probable que no pensarais mucho en lo que estas asignaturas os podrían aportar en la vida y es mucho más probable que, a pesar de llevar algunos meses de curso, aún penséis que el estudio de las lenguas clásicas más que ser una fuente inagotable de cultura, es un obstáculo casi insalvable que tenéis que superar para llegar a la Selectividad y obtener la nota suficiente para estudiar la carrera deseada. Por eso, es conveniente pararse un poco a reflexionar sobre qué debéis hacer y cómo debe influir en vosotros el estudio de la lengua de Grecia y Roma.
 Por todo, os dejo aquí una carta que el escritor y Académico de la Lengua, Arturo Pérez Reverte, dedica a una niña de vuestra edad en la que la invita a acercarse a la cultura y el conocimiento y, por ende, al estudio del latín y del griego así como de sus escritores.
Espero que esta sosegada lectura en una tarde lluviosa os sugiera unas cuantas ideas y que las expreséis:

Carta a María, por Arturo Pérez-Reverte.
Tienes catorce años y preguntas cosas para las que no tengo respuesta. Entre otras razones, porque nunca hay respuestas para todo. Y además, he pasado la vida echando la pota mientras oía a demasiados apóstoles de vía estrecha, visionarios y sinvergüenzas que decían tener la verdad sentada en el hombro. Yo sólo puedo escribirte que no hay varitas mágicas, ni ábrete sésamos. Esos son cuentos chinos. De lo que sí estoy seguro es de que no hay mejor vacuna que el conocimiento. Me refiero a la cultura, en el sentido amplio y generoso del término: no soluciona casi nada, pero ayuda a comprender, a asumir, sin caer en el embrutecimiento, o en la resignación. Con ello quiero sugerirte que leas, que viajes, y que mires.
Fíjate bien. Eres el último eslabón de una cadena maravillosa que tiene diez mil años de historia. De una cultura originalmente mediterránea que arranca de la Biblia, Egipto y la Grecia clásica, que luego se hace romana y fertiliza al Occidente que hoy llamamos Europa. Una cultura que se mezcla con otras a medida que se extiende, que se impregna de Islam hasta florecer en la latinidad cristiana medieval y el Renacimiento, y luego viaja a América en naves españolas para retornar enriquecida por ese nuevo y vigoroso mestizaje, antes de volverse Ilustración, o Fiesta de las Ideas, y Ochocentismo de revoluciones y esperanzas. 0 sea, que no naciste ayer.
Para conocerte, para comprender, lee al menos lo básico. Estudia la Mitología, y también a Homero, y a Virgilio, y las historias del mundo antiguo que sentó las bases políticas e intelectuales de éste. Conoce al menos el alfabeto griego y un vocabulario básico. Estudia latín si puedes, aunque sólo sea un año o dos, para tener la base, la madre del universo en que te mueves. Da igual que te gusten las ciencias: ten presente – como siempre recuerda Pepe Perona, mi amigo el maestro de Gramática -, que Newton escribió en latín sus Principia Mathematica, y que hasta Descartes toda la ciencia europea se escribió en esa lengua. Debes hablar inglés y francés por lo menos, chapurrear un poco de italiano, y que el estudio del gallego, del euskera, del catalán, que tal vez sean tus hermosas y necesarias lenguas maternas, no te impida nunca dominar a la perfección ese eficaz y bellísimo instrumento al que aquí llamamos castellano y en todo el mundo, América incluida, conocen como español. Para ello, lee como mínimo a Quevedo y a Cervantes, échale un vistazo al teatro y la poesía del Siglo de Oro, conoce a Moratín, que era madrileño, a Galdós, que era canario, a Valle-Inclán, que era gallego, a Pío Baroja, que era vasco. Rastrea sus textos y encontrarás etimologías, aportaciones de todas las lenguas españolas además de las clásicas y semíticas. Con algunos de ellos también aprenderás fácilmente Historia, y eso te llevará a Polibio, Herodoto, Suetonio, Tácito, Muntaner, Moncada, Bernal Díaz del Castillo, Gibbon, Menéndez Pidal, Elliot, Fernández Álvarez, Kamen y a tantos otros. Ponlos a todos en buena compañía con Dante, Shakespeare, Voltaire, Dickens, Stendhal, Dostoievski, Tolstoi, Melville, Mann. No olvides el Nuevo Testamento, y recuerda que en el principio fue la Biblia, y que toda la Historia de la Filosofía no es, en cierto modo, sino notas a pie de página a las obras de Platón y Aristóteles.
Viaja, y hazlo con esos libros en la intención, en la memoria y en la mochila. Verás qué pocos fanatismos e ignorancias de pueblo y cabra de campanario sobreviven a una visita paciente a El Escorial, a una mañana en el museo del Prado, a un paseo por los barrios viejos de Sevilla, a una cerveza bajo el acueducto de Segovia. Llégate a la Costa de la Muerte y mira morir el sol como lo veían los antiguos celtas del Finis Terrae. Tapea en el casco viejo de San Sebastián mientras consideras la posibilidad de que parte del castellano pudo nacer del intento vasco por hablar latín. Observa desde las ruinas romanas de Tarragona el mar por el que vinieron las legiones y los dioses, intuye en Extremadura por qué sus hombres se fueron a conquistar América, sigue al Cid desde la catedral de Burgos a las murallas de Valencia, a los moriscos y sefardíes en su triste y dilatado exilio. En Granada, Córdoba, Melilla, convéncete de que el moro de la patera nunca será extranjero para ti. Y sitúa todo eso en un marco general, que también es tuyo, visitando el Coliseo de Roma, la catedral de Estrasburgo, Lisboa, el Vaticano, el monte San Michel. Tómate un café en Viena y en París, mira los museos de Londres, descubre una etimología almogávar en el bazar de Estambul o una palabra hispana en un restaurante de Nueva York, lee a Borges en la Recoleta de Buenos Aires, sube a las pirámides de Egipto y a las mejicanas de Teotihuacán. Si haces todo eso o al menos sueñas con hacerlo, conocerás la única patria que de verdad vale la pena.